Pedagogía Underground
Ayer iba en el metro y me llamó la atención un niño que iba sentado en el carrito a la espalda de sus padres sentados en los asientos del vagón. El pequeño se movía, reía y gritaba señalándoles por la ventana el metro que estaba parado en el otro andén, pero sus padres no se giraron ni se movieron ni un centímetro para observar que su hijo intentaba decirles que mirasen lo que a él tanto le había gustado.
Entonces el otro metro arrancó y se fue, y el niño, impotente, se puso a llorar. No había podido hacerse entender y no le habían hecho ni caso así que no pudieron ver lo que él les quería enseñar. Su padre le miró, sonrió, intento calmarle y se acabó levantando del asiento para consolarle. Seguía llorando, con ganas, de queja, de frustración. Finalmente la madre tuvo que acercarse también pero el niño no paraba porque al llegar a la siguiente estación se incorporó un poco para mirar por la ventana pero ya no volvieron a coincidir con otro metro al lado, y le dolió. Sus padres ni siquiera sabían qué le pasaba...
Qué pena sentí. ¿Cuántas veces, a lo largo de su vida, va a intentar hacerse entender y no lo va a conseguir?, pensé. Mira que habría sido fácil que sus padres le hubiesen hecho caso en un primer momento, pero cada uno estaba pensando en lo suyo, ni siquiera hablaban entre ellos, pero no se volvieron para ver qué decía su hijito. Habría sido más fácil eso que estarle consolando después todo ese buen rato, más fácil que acudir una vez el niño llora. Y es que lo fácil lo hacemos complicado, y tenemos que aprender desde bien pequeños a superar todas las frustraciones que de mayores vamos a tener. Me planteé mi papel de educadora y quizá de futura madre, porque si bien es sencillo ver los errores de los demás, no somos perfectos y todos los cometemos. De todas maneras ójala yo sepa alimentar en cierto modo esa ilusión innata de las personas y personitas que tenga a mi alrededor, mientras pueda.
Entonces el otro metro arrancó y se fue, y el niño, impotente, se puso a llorar. No había podido hacerse entender y no le habían hecho ni caso así que no pudieron ver lo que él les quería enseñar. Su padre le miró, sonrió, intento calmarle y se acabó levantando del asiento para consolarle. Seguía llorando, con ganas, de queja, de frustración. Finalmente la madre tuvo que acercarse también pero el niño no paraba porque al llegar a la siguiente estación se incorporó un poco para mirar por la ventana pero ya no volvieron a coincidir con otro metro al lado, y le dolió. Sus padres ni siquiera sabían qué le pasaba...
Qué pena sentí. ¿Cuántas veces, a lo largo de su vida, va a intentar hacerse entender y no lo va a conseguir?, pensé. Mira que habría sido fácil que sus padres le hubiesen hecho caso en un primer momento, pero cada uno estaba pensando en lo suyo, ni siquiera hablaban entre ellos, pero no se volvieron para ver qué decía su hijito. Habría sido más fácil eso que estarle consolando después todo ese buen rato, más fácil que acudir una vez el niño llora. Y es que lo fácil lo hacemos complicado, y tenemos que aprender desde bien pequeños a superar todas las frustraciones que de mayores vamos a tener. Me planteé mi papel de educadora y quizá de futura madre, porque si bien es sencillo ver los errores de los demás, no somos perfectos y todos los cometemos. De todas maneras ójala yo sepa alimentar en cierto modo esa ilusión innata de las personas y personitas que tenga a mi alrededor, mientras pueda.
1 Comments:
Si, pero..y la gran satisfaccion de haber conseguido q lo entiendan??
bicos
By Anónimo, at 10:08 p. m.
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